Comentario
Cuéntase cómo se tuvo vista de la tercera isla descubierta, y una grande tormenta
Siguiéndonos iba la vía del Oes-noroeste, cuando a tres de febrero el capitán hizo poner una bandera en la gavia, y tenía un auto hecho para declarar los pilotos en cuántos grados se hallaban, y cuántas leguas de Lima, y el resguardo que a las naos habían dado por el abatir del mar y vientos y variación de aguja, y las islas las Marquesas de Mendoza a donde le demoraban. Llegáronse los navíos, y sus pilotos dijeron que por los muchos nublados no habían pesado el sol tres días había, y que a su parecer tenían las Marquesas de Mendoza al Nor-nordeste, y que en habiendo sol sabrían su altura y hablarían más en forma.
Estando, pues, tratando desto, fue vista al Poniente una tierra que por estar nublada y cerca, y ser ya tarde, se tomaron todas las velas. Cerró la noche, y a poco andado della se levantó al Nordeste un negro y espeso nublado con tres pies, que en breve se hicieron uno, y con éste enderezó la vía hacia donde estaban las naos, con tanta presteza y furia, que a todos nos hizo cuidar de buscar remedio a los males con que venía amenazando. Los navíos temblando lo recibieron y se inclinaron a las bandas. Alborotóse la mar; y todo se puso horrendo: los fuciles y relámpagos que por el aire tejían, parecía dejar los cielos rasgados, y deslumbradas las vistas. Oyéronse caer tres rayos, los truenos espantosísimos; terribles los aguaceros, y los borbotes de viento venían con tanto ímpetu, que el menor daño esperado era llevarse los mástiles; y por vecindad de la zabra, el piloto della decía con roncas voces: --¡Ah de la nao capitana: desvía! ¡Ah, orza, arriba! Todo eran sobresaltos, todo priesa y todo grita. Era la noche espantable, la determinación incierta, grande la pena por no saberse si era seguro el lugar a donde estaban las naos.
Nuestro padre comisario, con una cruz en las manos, pasó la noche toda en claro conjurando mar y vientos. Allí pareció Santelmo, según dicen marineros, al cual con gran devoción le saludaron tres veces. En suma, noche tenebrosa, confusa, fea y larga, que pasamos fiados, después de Dios, en la bondad de navíos y valor de marineros. Venido el muy deseado día, se vio ser nuestra tierra una isla toda en medio anegada y cercada de un paredón raso de múcaras. No se halló fondo ni puerto, que con cuidado se buscó para provisión de agua, de que ya íbamos faltos; y para leña sólo había matorrales. Acordóse, por verla ser tan inútil, dejarla para quien era, y más también, porque la noche que nos dio, fuera cara de pasar por una muy buena tierra, cuanto más siendo tan mala. Esta isla, al parecer, dista de Lima mil y treinta leguas: bojes treinta y cinco: tiene de elevación de Polo Antártico, veinte grados y medio. Diósela por nombre San Telmo.